El ruido que en un cazo
congelaba en el techo,
al muro empujaba
la sombra del boli;
y después de aquella sombra
se veía difuminada
la forma de otro boli.
Despertaba la noche
y su albor el último
con mil luces
se dormía el pueblo
ante aquel contraste
de sueños y pesadillas,
de oscuridad y tinieblas,
él pensó un rato:
¡Dios mio, que dormidos
estáis vosotros!
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